Época: Irán
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
Medos y persas en el Irán

(C) Joaquín Córdoba Zoilo



Comentario

Cuenta Heródoto en su libro IX, 80, que tras la victoria de Platea los griegos tomaron un inmenso botín, tanto en el campamento -tiendas adornadas de oro y plata, muebles chapados en oro, botellas, vasos y tazas de oro- como en los despojos de los muertos que llevaban sobre sí brazaletes, collares y armas de oro incluso en la batalla. Tal consideración de metal puro fue uno de los rasgos más curiosos de la cultura aqueménida.
En el documento de Susa se dice que los artesanos eran medos y egipcios, y que el oro se trabajó allí, en la misma Susa. Ciertamente, la orfebrería aqueménida contaba con una larga tradición. No es preciso remontarse a las tumbas de Marlik, los objetos de Hasanlu o los viejos productos de la Media para comprender que los persas tenían en sí mismos la mejor escuela. No obstante, como indica P. R. S. Moorey, la orfebrería aqueménida asimiló también fuertes influencias asirias y urartias.

Si la costumbre estaba tan extendida, parece claro que con independencia de que los mejores y más caros productos sólo pudieran ser emprendidos por los talleres reales, muchos otros maestros orfebres debían atender la demanda de los demás sectores de la población medo-persa o de las demás regiones, como los donantes del supuesto santuario del Oxus. No sólo la aristocracia y la realeza se adornaban con oro. También los guerreros, como se ve en Platea. Pero andando el tiempo, los magos prohibieron llevarlo. Los orfebres trabajaban el oro, la plata, el bronce, el hierro y una especie de latón. Conocían técnicas muy depuradas en el trabajo de las láminas, fundición y soldadura y manejo del hilo de oro. Engastaban piedras e incrustaban esmaltes o piedras ornamentales y, sobre todo, sus producciones seguían dentro del espíritu de dignidad y severidad manifestado en los relieves.

Entre las piezas más llamativas habría que destacar el rhyton de Hamadán, del Museo de Teherán, con un prótornos de león semejante a los usados en los capiteles de Persépolis. Se trata de un vaso realizado en múltiples piezas aunque, como dice E. Porada, las soldaduras son tan buenas que es casi imposible verlas. Del mismo lugar, un célebre puñal de oro con cabezas de león en el mango y copas de oro agallonadas. Famosas son también las jarras de plata con asas en forma de cabras o íbices, uno de los temas más utilizados siempre por el arte del Irán.

El tesoro del Oxus comprende muchas piezas fabulosas, pero de difícil datación, en cualquier caso dentro de un largo período de 3 ó 4 siglos, según P. R. S. Moorey. Para Ghirshman se trata de piezas bactrianas, aunque estén presentes otras tradiciones iranias, medo-persas y urartias incluso. El famoso brazalete de oro con incrustaciones hoy perdidas -una de las piezas más perfectas-, se remonta probablemente a los siglos V al IV a. C. Sus grifos rampantes por fuerza nos llevan a Persépolis y al mundo aqueménida.

El programa monetario de Darío I debió ser también un trabajo encomendado a los orfebres. Pero piensa A. Godard que la moneda aqueménida, los estimados dáricos de oro, no se acuñaron en Persia, sino en Tiro y Tarso. La economía persa siguió siendo, en lo fundamental, una economía de trueque. No obstante, parece que ciertas necesidades indujeron a Darío I a acuñar una moneda de oro puro. Era precisa para atender el pago de mercenarios, los subsidios a los aliados griegos o las reservas dinásticas. Aunque no se utilizara en la misma Persia, el imperio era consciente de que el dárico representaba al Gran Rey. Tal vez por eso, los maestros se esforzaron en realizar unas acuñaciones de calidad, normalmente con un tema que se repite una y otra vez: el arquero con lanza, probablemente una imagen del rey.

Mientras en Mesopotamia languidecía el empleo de los sellos cilíndricos, los artesanos aqueménidas pusieron en marcha uno de los períodos más gloriosos de toda la historia de la glíptica. Dice D. Collon que en su estilo, el sello cilíndrico aqueménida es una excelente aplicación a la miniatura del arte de Persépolis. Los sellos de este período suelen ser de pequeño tamaño, algo convexos y grabados en piedras de gran belleza que, con toda certeza, tenían un valor en sí mismas: calcedonias, ágatas, lapislázuli y otros materiales que eran los preferidos, solían llevarse engastados en oro. Los temas más comunes son una figura real sujetando a dos animales, escenas de caza de extraordinaria finura o símbolos de Ahura Mazda.

Puede que el uso del sello cilíndrico estuviera restringido a la nobleza, y que su función fuera más ornamental y amulética que práctica, pues, al fin y al cabo, salvo en las tablillas elamitas o persas -no muy numerosas-, la gran masa de la documentación administrativa debió escribirse en arameo y, por lo tanto, en materiales perecederos sobre los que sólo podían utilizarse sellos de estampilla. También de éstos existen ejemplares en las colecciones, con temas muy semejantes; pero su pequeño tamaño impide el desarrollo que alcanzaron los cilíndricos.

La cerámica aqueménida era un producto popular. Se dice que cuando el rey deseaba manifestar disgusto ante alguien, se le daba a beber en recipientes de cerámica y no de metal. No obstante, los maestros ceramistas produjeron, entre otras, una variedad de cerámica vidriada en azul muy atractiva.

En fin, dice A. Godard que la industria del tejido estuvo muy avanzada en la época aqueménida. En la reunión del botín tras la batalla de Platea, Heródoto deja también traslucir la riqueza de los trajes persas que, si respondían verdaderamente a los que vemos en el friso de los arqueros de Susa, debían resultar sorprendentes.